miércoles, 7 de febrero de 2007

Islas Canarias: La amenaza viene del mar Print Friendly and PDF

La naturaleza volcánica de las islas Canarias es el centro de un importante debate científico con puntos álgidos como el anuncio del hundimiento de la isla de La Palma.

En localidades tinerfeñas como Santiago del Teide o Icod muchos vecinos se acostaban vestidos hasta hace pocas semanas ante la posibilidad de que las leves sacudidas sísmicas que les han venido amedrentando con mayor intensidad este verano, pasaran a mayores y se convirtieran en una amenaza volcánica en toda regla, poniendo en peligro sus vidas y propiedades.

El clima de tensión colectiva que se vive en Canarias, y de forma especial en Tenerife desde el pasado mes de mayo, lejos de ser atenuado por la comunidad científica y las autoridades políticas, no ha hecho más que avivarse ante las permanentes contradicciones y luchas de poder a las que han tenido que asistir indefensos los ciudadanos. Un teatro de lo absurdo en el que una batería de expertos se pronunciaba en todos los sentidos imaginables, y unos pocos convincentes políticos ponían en evidencia, posiblemente sin razón, la calidad de los sistemas de detección de riesgos sísmicos y los programas de intervención en emergencias de este calibre.

La prensa extranjera tardó muy poco en hacerse eco de este circo, en el que se llegó a predecir una erupción para octubre de este año, siendo especialmente virulentos algunos medios ingleses, que acuñaron en sus titulares la expresión “Terrorife”, para referirse a la isla tinerfeña y a la situación que se vivía. La última entrega de este culebrón recuperaba para el debate un viejo y controvertido asunto: el hipotético hundimiento de una parte de la isla de La Palma generado por una erupción, y el consecuente cataclismo de escala planetaria que provocaría el gigantesco tsunami que tal acontecimiento geológico acarrearía.

Ante tales ingredientes el panorama no resulta nada halagüeño para los canarios, para quienes el mayor riesgo no está en los volcanes que desde hace millones de años vienen formando su territorio y con los que se conviven desde hace varios milenios, sino en el daño que este clima de “temor permanente” puede ocasionar a su principal fuente de ingresos: el turismo.

El colapso de La Palma

Desde luego la isla de La Palma se lleva en todo este asunto el peor papel, pues en el colapso de una parte de su territorio se fundamenta en gran medida las más catastróficas predicciones publicitadas principalmente por geólogos británicos. La zona conflictiva tiene su epicentro en el Volcán de Cumbre Vieja, cuya entrada en actividad en 1949 generó unas fracturas que, para algunos expertos, suponen los primeros pasos para un deslizamiento lateral de su flanco occidental, que podría desencadenarse a partir de futuras erupciones, hundiéndose rápidamente en el mar un fragmento de más de 30 por 50 kilómetros.

La posibilidad había sido discutida y en buena medida descartada como inminente en foros científicos de la década de los noventa, lo que no impidió que como medida cautelar se instalasen nuevos sistemas de control y se realizara un seguimiento milimétrico por satélite con el fin de comprobar sí existía o no deslizamiento de esa franja de territorio.

No obstante, geólogos británicos mantenían de forma persistente –y con énfasis creciente– su propuesta de colapso inminente, haciéndolas extensibles en octubre del año 2000 a la opinión pública a través de medios de gran calado como la BBC. Pero antes de brindar al lector más detalles de un escenario descrito al más puro estilo del catastrofismo hollywoodiense, es necesario abrir un breve paréntesis para conocer algunos aspectos de la historia geológica de las islas.

El archipiélago canario es de naturaleza volcánica, aunque asentado en el interior de la plataforma africana, una zona tectónicamente estable de la que han emergido las islas en sucesivas erupciones prolongadas durante millones de años, como todo proceso geológico. En comparación con otras regiones del mundo, teniendo Canarias un volcanismo activo, es una de las regiones más tranquilas del planeta, al ser la mayor parte de sus volcanes –a excepción del Teide– de carácter efusivo, al estilo de los hawainanos, lo que implica que sus explosiones son poco violentas y generan coladas lávicas densas y lentas.

Las estadísticas juegan a favor de esa estabilidad, ya que no en vano en los últimos seiscientos años se han registrado dieciocho erupciones volcánicas, la última la del famoso Teneguía en 1971, sin que se haya registrado ni una sola víctima humana. Al mismo tiempo –y siempre en tiempo geológico–, la morfología de las islas se ha ido modificando tanto por dicha actividad como por la erosión y otros procesos concomitantes, siendo sin duda el más espectacular el de los deslizamientos de grandes masas de territorio hacia el mar, cuyo conocimiento e investigación exhaustiva tan sólo ha sido posible en las últimas décadas.

Aún a riesgo de simplificarlo demasiado, la mecánica de estos deslizamientos se puede resumir de forma sencilla de la siguiente manera: las islas crecen mediante sucesivas erupciones volcánicas de forma rápida, lo que implica cierto grado de inestabilidad que con el tiempo se logra mediante mecanismos de reajuste, como son la fragmentación y desprendimiento de material, la erosión y nuevas erupciones.

En Canarias se han estudiado estos deslizamientos cuyas huellas se extienden varios kilómetros bajo el mar en diferentes puntos de las islas, siendo especialmente llamativos los que formaron los hermosos valles de Frontera en El Hierro, Aridane en La Palma o La Orotava en Tenerife, zonas que perdieron inmensas cantidades de material y que, evidentemente, debieron generar en su entrada al mar gigantescas olas cuyo efecto desconocemos pero que previsiblemente debieron ser devastadores hace cientos de miles de años.

Durante el último siglo han sido dos las erupciones registradas en La Palma: el ya citado Teneguía y el conocido San Juan, Llano del Banco y Hoyo Negro que entró en erupción en el año 1949. Lógicamente el volcanismo de ésta y el resto de las islas es activo, es decir, que es factible que puedan entrar en erupción, por lo que se pasa por etapas de cierta actividad con temblores y emisión de gases, frente a otras de tranquilidad, condicionados por el movimiento del magma.

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